Opinión

Una crisis cara que “no es una crisis”

por Jorge Raventos

“No hay una crisis cuando sube un poco el dólar, no hay una crisis cuando baja un poco”, sentenció el miércoles el jefe de gabinete, Marcos Peña. Lo que venía ocurriendo con el dólar tal vez no era una crisis, pero la evocaba intensamente. No sólo porque los argentinos suelen augurar el futuro inmediato según sea el vuelo del billete verde, sino porque esa propensión clásica se refuerza en un contexto de inflación insubordinada y perplejidad en la conducción monetaria.

Peña confirmó la impresión cuando exhortó paternalmente a negarla. “No hay que asustarse”, aconsejó. Mejor no pensar en cosas feas, podría haber agregado. Sin embargo la sensación persistió. Tanto, que el propio oficialismo se mostró preocupado y Elisa Carrió corrió a Casa de Gobierno para “que los argentinos estén tranquilos”.

Conjuros de Carrió y supertasa

Como al parecer los conjuros de la diputada no eran suficientes, el presidente del Banco Central decidió (o le indicaron) recuperar atribuciones que la Jefatura de Gabinete parecía haberle expropiado y llevó la tasa de interés al 40 por ciento al tiempo que dispuso que los bancos reduzcan sus posiciones y coloquen el resto en el mercado. Con la tentadora tasa, el Central busca disuadir a los que demandan dólares y con la orden a los bancos procura incrementar la oferta sin extender la sangría de sus reservas.

Por su parte, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, prometió achicar el déficit fiscal un punto más de lo previsto y, además, refirmó la meta inflacionaria de 15 por ciento. Esta última insistencia probablemente le restó verosimilitud a las otras promesas: no hay especialista alguno, sea cual sea su tendencia económica, que considere alcanzable el 15 por ciento de inflación este año. A esta altura, los más optimistas (o piadosas) calculan por encima del 22 por ciento.

Así, la suma algebraica de los sortilegios de Carrió, las medidas del Banco Central y las palabras del titular de Hacienda lograron al menos frenar la corrida y empujar un repliegue de la cotización del dólar de los más de 23 pesos que había alcanzado el jueves 3 (no ya a los 20 y pico de fines de abril, sino a 22, 10). No será un éxito rutilante, pero al menos ha sido una contención de daños.

La intensidad de esa contención no puede evaluarse plenamente aún. Se verá si las supertasas del Central terminan teniendo un efecto tan robusto como el que se le asigna. Y se verá cómo se procesan otros aspectos: qué consecuencia tendrá el alza de tasas sobre la producción (que deberá pagar más caro para financiarse) y cuánto afectará el comprometido achicamiento extra del déficit sobre la realización de obras públicas. Y sobre el empleo.

Doble desafío

El gobierno decidió doblar la apuesta para afrontar un doble desafío: el del mercado y el de la oposición política y social que alza la voz contra el incremento de tarifas. La estrategia actual del gobierno parece consistir en el uso de la crisis cambiaria como herramienta de presión para contraatacar a la oposición, acusar a la iniciativa de alzar las tarifas más gradualmente (al mismo ritmo de los aumentos salariales) de ser irresponsable y propiciar el disfinanciamiento del Estado y preparar así el terreno para el prometido veto presidencial a la ley que el “peronismo racional” (el término fue acuñado por el oficialismo), con apoyo de la izquierda y el kirchnerismo residual, impulsa en las Cámaras.

Las cosas habrían sido más fáciles de encauzar para el oficialismo si el rostro dominante en la oposición fuera el de Cristina Kirchner, pero la ex presidente está en paulatino repliegue y el centro de la oposición se encarna en un peronismo respaldado en una implícita liga de gobernadores y en bloques legislativos que contribuyeron a aprobar las leyes que el gobierno ha necesitado parar ejercer y para poner en marcha su gestión.

Delante de todos

La pulseada entre oficialismo y oposición se complejiza y también se refina, porque tiene lugar a la vista de la opinión pública. Por cierto, los opositores no pueden promover medidas que luzcan como obstáculos para la marcha del Estado. Pero el gobierno debe esforzarse por explicar por qué motivo (y, en todo caso, en qué aspectos y en qué medida) mantener la salud del salario en la carrera con los precios y las tarifas puede ser considerado una traba para la marcha del Estado. Y responder a la pregunta de por qué la variable que debe quedar anclada es la que retribuye al trabajo y no las tasas de interés, los precios o, inclusive, los impuestos. Salir de las acusaciones simplificadoras contribuiría a mejorar la calidad del debate y a identificar tanto las diferencias como los puntos de coincidencia sobre los que se puede asentar una política de Estado.

Denunciar que la oposición actúa obnubilada por la perspectiva electoral hacia 2019 es un combo de obviedad, candor y fariseísmo. Por supuesto la oposición piensa en las urnas de 2019 y sería absurdo suponer que no aspira a ganarlas. Exactamente lo mismo hace el gobierno: ha trazado una estrategia y diseñado una secuencia de hechos y decisiones que, en los planos, debería conducir a la reelección de Mauricio Macri el año próximo. Eso en sí mismo no tiene nada de malo. En todo caso, lo malo sería tirar la piedra y esconder la mano.

Lilita, recién llegada

En medio de la crisis, y apalancada sobre ella, la doctora Carrió, recién llegada de Estados Unidos y con el tono de quien trae información clasificada en las maletas, aseguró que “los inversores sólo tienen miedo a que nosotros no ganemos”. Hábil declarante, la diputada quiso pintar así como un peligro (una amenaza) que la oposición actúe como oposición (“nos boicotea”) o que pretenda alcanzar la victoria. Hay que tomar eso como una confirmación de que también el oficialismo está ocupado en conseguir esa meta.

El tema central es que el oficialismo lo es porque ya consiguió una resonante victoria que llevó a Mauricio Macri a la Casa Rosada. Ahora, antes que juzgarlo por su inclinación a ser reelegido, a Macri se lo evalúa por su gestión tanto administrativa como política. Es decir, por cómo evolucionan la producción nacional, la seguridad, el bienestar y las perspectivas de la población, la convivencia entre los argentinos. Se trata de no perder de vista esas prioridades en beneficio de la estrategia electoral.

Liderazgo, veto, presidencialismo

El gobierno venía enarbolando la obra pública como un signo distintivo de su gestión y, si se quiere, más allá de la importancia estructural de las inversiones en transporte y conectividad, como consuelo transitorio ante las demoras en otros objetivos (“pobreza cero”, derrotar la inflación, “lluvia de inversiones”, etc.). Ahora se ve forzado a demorar la inversión en obras y a disparar otras consecuencias no deseadas. La bandera emblemática ha pasado a ser el aumento de las tarifas y el urgente fin de los subsidios. En pos de esos instrumentos se declara dispuesto a usar el derecho presidencial a veto.

A un liderazgo como el que siempre se espera de quien ocupa la presidencia no habría que reclamarle que esté siempre al tope de las encuestas de imagen y menos aún, que navegue en zigzag siguiendo los virajes habituales de la opinión pública. Se le pide, sí, que escuche a la sociedad más que a los círculos que suelen rodear a la autoridad, y que cuando tenga que definir rumbos esforzados, lo haga intentando antes que nada unir y, junto con esto, explicar eficientemente.

La crisis-que-no-es-una-crisis de los últimos días dejó las explicaciones en la voz de terceros. Voces que, sin mengua de sus virtudes personales, no tienen el peso que emana de una figura presidencial.Y entre otros motivos no tienen ese peso precisamente porque la Casa Rosada prefirió no tener en su equipo una figura del peso que tuvieron Domingo Cavallo en el gobierno de Carlos Menem o Roberto Lavagna con Néstor Kirchner.

La falta de un ministro

El presidente no quiso tener una conducción de la economía centralizada en un ministro. Así, parece haber muchos ministros para ocuparse de la Economía y varios funcionarios que influyen sobre la conducción monetaria. Todos monitoreados estrictamente desde la Casa de Gobierno. Domingo Cavallo acaba de observar: “Macri no puede ser su propio ministro, ese error ya lo cometió Néstor Kirchner”. Y le aconsejó al Presidente dos criterios convergentes; que designe un único ministro de Economía y que termine con la atomización actual, subordinando a aquel, como secretarías, Hacienda, Finanzas, Energía, Producción, Agricultura, etc.

Un número amplio y creciente de actores de la economía y analistas políticos opina en el mismo sentido.

Sin esa presencia en el gabinete de una figura fuerte, política y técnicamente creíble (que, más temprano que tarde, llegará), en crisis como la que el país está surfeando el liderazgo requiere la presencia y la voz del Presidente. Hay circunstancias en que no alcanzan los ojos, oídos y voces suplementarios.

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